– Suplemento Domingo. 1.
8. 2010.
Peleas y amores
entre hermanos
Argentina, un hermano mayor extrovertido, ambicioso, a veces
soberbio. Uruguay, el menor, tranquilo, que saca chapa de humilde,
pero pretencioso y con orgullo. El mayor siente cariño incondicional
por el menor, que no lo retribuye de la misma manera, más allá de
saberlo un referente. Amores y odios que se remontan a épocas
coloniales.
"Ellos acentúan la nostalgia; nosotros, las críticas. Es la
forma de mantener las distancias que debimos tomar para lograr la
ruptura", alega Ana Ribeiro.
Por GABRIELA VAZ
El Mundial de Sudáfrica avivó una llama que hasta entonces sólo
atizaba el conflicto papelero. Primero fue el festejo por parte de
algunos uruguayos de los goles alemanes contra la selección
argentina, en el partido que dejó a la albi-celeste afuera del
torneo. Hubo quienes se justificaron alegando la displicencia de
Diego Maradona, quien en conferencia habría despachado: "¿Uruguay
está en el Mundial?" Pero la frase fue harto sacada de
contexto; el director técnico argentino lo había preguntado, sí,
pero ocho meses atrás, tras la última fecha de las Eliminatorias,
cuando efectivamente aún no se había conseguido el cupo para
participar en la Copa del Mundo. Días después, en Internet se
difundió un jocoso video ideado por una agencia de creativos
uruguayos que parodiaba una publicidad con la intención de conseguir
"40 millones más de hinchas" para la Celeste, dado que los
argentinos ya no tenían a su equipo en competencia. Si bien era con
humor, había margen para la burla, y a los medios vecinos que lo
consignaron no les causó gracia. Y finalmente llegó el festejo de
los propios futbolistas uruguayos, quienes dedicaron la premiación
de Diego Forlán como el mejor jugador del Mundial a Lionel Messi
"que lo mira por tevé". ¿Qué les hizo Messi?, se
preguntaron sorprendidos los portales del otro lado del río. El
diario deportivo Olé, siempre elogioso del plantel charrúa, tituló
con cierta consternación "Uruguay, que no ni más o menos"
una nota en la que reproducía reflexiones de Eduardo Galeano en un
programa radial porteño. Allí, el periodista Ernesto Tenembaum le
planteó al escritor que el argentino siente cariño por todo lo
uruguayo, pero que esta actitud no es recíproca. Galeano fue
escueto: "Es un amor que no merecemos". La crónica termina
con un gráfico: "¡Ay!"
Es vox pópuli. Los argentinos sienten por los uruguayos un amor no
siempre correspondido. Cada pueblo -si cabe, en este caso, el
abstracto homogeneizador de un conjunto compuesto por millones de
personas diferentes- sostiene una imagen del otro, construida en base
a siglos de historia en común. Un hermano mayor extrovertido,
bullicioso, ambicioso, a menudo soberbio, que se lleva todo por
delante. Un hermano menor mesurado, tranquilo hasta la melancolía,
que saca chapa de humilde pero también es pretencioso y tiene
orgullo. El mayor mira al más chico con simpatía, a veces una sana
envidia y un amor casi incondicional. El menor no retribuye el gesto;
prima la mirada desconfiada y escrutadora, a sabiendas de que todo lo
que haga el otro terminará repercutiendo en él, de una u otra
forma. Pero también es cierto que, de manera inevitable, el mayor es
su primer referente.
UN INVENTO ARGENTINO.
Es 1980. Nacho y el Vasco se juntan en el bar La Giralda para armar
el guión de una obra de teatro ambientada en el siglo XIX que
pretende protestar contra la dictadura pero denostando al político
de la época colonial Lucas Obes, nacido en Buenos Aires, residente
en Montevideo, y activo participante del proceso independentista.
Pero después de una ardua investigación histórica, la hipótesis
del Vasco es que Obes fue el "verdadero inventor del Uruguay".
-Vasco... ¡Otra vez con lo mismo! ¿Te imaginas el quilombo que se
armaría si le decís a la gente que Uruguay es un invento argentino?
La escena pertenece a Uruguayos, esos argentinos de antes (Alfaguara,
2006), de Nelson Ferrer, una novela histórica que pone sobre la mesa
el polémico tema de la génesis del país. Para hablar de
idiosincrasias y relaciones, cómo nos ven y cómo los vemos, todos
los consultados se remontan a la época fundacional -siglos XVIII y
XIX, cuando las hoy capitales eran parte de un mismo virreinato
español- donde las pistas brotan por doquier. "Montevideo era
un pueblucho pero contaba con un gran puerto, una bahía natural
perfecta. Buenos Aires temía perder su sitial de honor en el
comercio; ellos no tenían un buen puerto pero eran la capital del
virreinato, por lo que todos los productos debían llegar ahí.
Entonces había fricción entre los `porteños` -término del que se
adueñaron, aunque debería pertenecer a los dos- de allá y los de
acá", relata el profesor de historia Leonardo Borges. Esa lucha
de puertos es constantemente citada a la hora de encontrar un origen
a esa llama que perdura hasta hoy, así como el -para algunos,
insólito- proceso de independencia nacional, ya que el país nació
en 1828 a raíz de un contrato entre Argentina y Brasil, con
mediación de Inglaterra y sin presencia alguna de orientales. Sigue
Borges: "Uruguay es un Estado secesionista; antes pertenecía a
lo que hoy es Argentina. Al haber una separación, muchos argentinos
siguieron creyendo que Uruguay era una provincia. Hasta el día de
hoy nos bromean o molestan con eso. Todas las naciones nacen en
contraposición a otras naciones. Nosotros nacimos en natural
contraposición a la Argentina, porque nos separamos de ella, porque
son nuestros vecinos y son muy parecidos. Argentina, sin embargo, no
nació en contraposición a nosotros, sino a Chile y a Brasil. Su
nacionalidad se forjó por otro lado".
Algo de eso puede haber en las expresiones del geógrafo e
investigador de la Universidad de Buenos Aires Carlos Reboratti.
Consultado para una nota de El País Cultural, opinó: "Tenemos
una relación curiosa con Uruguay. De hermano mayor, pero a la vez
con una imagen muy positiva. Es muy notable e impropio de los
argentinos, que a veces estamos más inclinados a actitudes cercanas
al racismo con nuestros países limítrofes (…). Cuando miramos a
países vecinos vemos países `enemigos`, como Brasil o Chile, e
`inferiores`, como Paraguay y Bolivia. Pero Uruguay no entra en esas
categorías. Como que merecerían ser argentinos pero no se sabe por
qué no quieren".
La rivalidad parece ser, entonces, unilateral. ¿Habrá que invertir
la definición ideada por Mario Benedetti, sobre que un uruguayo es
un argentino sin complejo de superioridad? "Creo que hay un
complejo de inferioridad que se matiza en 1930, cuando se logran
hitos como la construcción del Estadio Centenario en seis meses y
ganarle la final del Mundial justamente a Argentina. Ahí empezó eso
de `chiquitos pero buenos`" que se inició con Batlle y Ordóñez
y la educación vareliana, opina Borges. Aún así para el docente el
hincapié en la diferencia es muchas veces "estúpido". "Yo
no conozco dos pueblos en el mundo que sean más parecidos".
Dimensiones.
Hernán Patiño Mayer piensa de modo similar. Desde su despacho
jurídico en Buenos Aires, el ex embajador argentino, que residió
durante casi una década en Uruguay, asegura que a ambos lados del
río las personalidades son muy similares. "Pero ustedes lo
disimulan muy bien", dispara, medio en broma, medio en serio.
"Una cosa es vivir en una provincia de 15 millones de
habitantes, y otra es vivir en un lugar donde hay un millón y medio:
uno se tiene que portar mucho mejor porque se conocen todos, se sabe
todo y todos son parientes o amigos. Eso hace que además de que
quieras portarte bien, tengas que hacerlo. Por eso allá los temas de
corrupción son mucho menores. Las megalópolis ayudan al anonimato y
a que el hombre exprese sus peores facetas, lo que no es permitido ni
tolerado en una sociedad más chica, donde hay más control social.
Eso hace que Uruguay tenga una cultura que ha podido conservar mucho
mejor en sus aspectos positivos, pero en el fondo es la misma. Si yo
pongo a un uruguayo en Santa Fe, se va a sentir exactamente igual que
en Uruguay. Donde las cosas se mezclan mucho es en Buenos Aires, pero
es una excepción. Lo que pasa es que lo que el uruguayo conoce de
Argentina es casi exclusivamente la capital. Entonces, tenés al peor
de los medios de comunicación, la tele, mostrando una realidad muy
particular. Pero no creo que haya diferencias sustanciales. Están
atemperadas por las dimensiones de los países".
El abogado y escribano concede que las percepciones que cada uno
tiene del otro sí difieren. "Yo tuve una situación
privilegiada. Viviendo allá, lo único que recibí de parte de los
uruguayos fueron muestras de afecto y de cordialidad, incluso en los
momentos más complicados. Pero no soy ciego, y sé que hay una
actitud distinta. Nueve de cada diez argentinos cree que los
uruguayos son maravillosos. Y no creo que pase lo mismo del lado
uruguayo".
Luis Alberto Quevedo, sociólogo integrante del consejo académico de
FLACSO Argentina, y uruguayo con 30 años de residencia en la vecina
orilla, confirmó en un artículo de prensa que allí "el
desequilibrio hacia lo positivo es muy grande. En Argentina, la
nacionalidad uruguaya es un pasaporte positivo, te reciben bien".
Y recordó cuando, recién llegado a Buenos Aires, un estudio
contable lo tomó como asistente con la sola garantía de ser
uruguayo. De hecho, los gentilicios han adquirido significado por
antonomasia. Allá, algo "muy uruguayo" puede ser algo más
bien correcto o sosegado. Acá, algo "bien argentino" puede
ser sinónimo de disparatado, cholulo o fanático.
Pero solo son etiquetas. El antropólogo Daniel Vidart apunta que no
existen identidades globales, aplicables a todos los miembros de cada
grupo. "No es lo mismo ser un taxista porteño que un cultivador
de soja de la provincia de Buenos Aires, y menos un indígena toba.
Ni es lo mismo ser un `peludo` de Bella Unión que un oficinista que
trabaja en el World Trade Center". ¿Diferencias? "Algunas,
menores, derivan de aspectos específicos de la sucesión diacrónica:
el centralismo porteño, la lucha de puertos, una migración con
predominio italiano en la Argentina y español en Uruguay, formas
algo distintas de vivir la religiosidad popular o la Iglesia y el
Estado coincidentes en el caso argentino, dan lugar a algunas pautas
de conducta y de acción con ligeras variantes. El tamaño de ambos
países asimismo facilita auto percepciones distintas",
reflexiona, no sin antes aclarar que, en sintonía con el Presidente
José Mujica -quien dijo que el país vecino es la única otra nación
donde no se siente extranjero- para él, "Argentina no es `la
segunda` sino `la otra` patria".
Para la historiadora Ana Ribeiro, quizás una de las claves de esa
percepción a la inversa entre argentinos y uruguayos "sea que
ellos ven algo pequeño, de desmedido orgullo, que se abre y bifurca;
mientras nosotros agigantamos las diferencias para justificar ese
desprendimiento. A ellos les gusta pensarnos como lo hacía Borges:
Montevideo como el ayer de Buenos Aires, imagen que nos adjudica un
mayor provincianismo, a la vez que la condición de repositorio de
una pureza original ya perdida. Ellos acentúan la nostalgia,
nosotros las críticas: es la forma de mantener las distancias que
debimos tomar para lograr la ruptura; es también la forma de
expresar la diferencia que media entre la capital de un país de
importantes dimensiones y la capital de un país que se sabe menor".
Cultivar bajo perfil para marcar diferencia
En psicología, es una máxima comprobada. El hermano menor muchas
veces elige, sin darse cuenta, desarrollar una personalidad opuesta a
la del mayor; diferenciarse es la forma de afirmar su identidad.
¿Cabe un paralelismo cuando se habla de países? La génesis
histórica de la rivalidad -si no entre dos naciones, al menos entre
dos capitales- es insoslayable y, tal como apuntaron todos los
consultados, se remonta a la lucha de puertos en la época de la
colonia. Según lo ve el sociólogo Antonio Pérez García, la
diferencia nace en "la oposición al centralismo porteño, y a
ese afán de verticalismo que tenía Buenos Aires respecto de las
demás provincias. Probablemente ahí empieza a generarse ese
espíritu de contradicción con lo porteño, que lleva a que miremos
a Buenos Aires como un enemigo potencial, un competidor grande, que a
su vez se permite mirarnos con cierta benevolencia, como el hermanito
menor, díscolo, al que quiere mucho, lo que no quiere decir que le
dé lo que le pide. Es la curiosa historia de un amor que no va
necesariamente acompañado de prácticas beneficiosas".
Para el sociólogo, "en Argentina hay un elemento que es la
grandeza, el tamaño, la potencia, como algo fundamental que juega en
la construcción de esa identidad, y en la autoestima. Aquí hay una
esencia mucho más oscura, así como problemática: somos diferentes,
nos interesa nuestra autonomía, pero ¿podemos? Hay un poco de eso.
Cuando uno lee las discusiones que hubo en la (Asamblea)
Constituyente para redactar la Constitución en 1830, se encuentra a
cada rato con expresiones del tipo `bueno, ya que no tenemos más
remedio que ser independientes` hagamos tal o cual cosa. Partimos de
una conciencia de estar viviendo en el filo de la posibilidad. Hay
una sombra de inviabilidad que juega sobre lo nuestro y contribuye a
que aún en las etapas más creativas, de más impulso y de mayor
confianza en el progreso, exista una nota de modestia, de mantener un
bajo perfil que nos diferencia del tono del gran país vecino.
Siempre las definiciones de identidad implican una posición, que
empieza por señalar las diferencias. Eso nos ayuda a entendernos. Es
como un espejo en el cual nos miramos".
Una provincia argentina
El 25 de agosto de 1825, Uruguay (o, en estricto, la Provincia
Oriental) declaró "írritos, nulos, disueltos y de ningún
valor para siempre" los actos de incorporación a Portugal y
Brasil. Se independizó de esas naciones. Pero para anexarse a otra.
En el mismo acto, se firmó la Ley de Unión, donde se daba cuenta
del "voto general, constante, solemne y decidido" por "la
unidad con las demás Provincias Argentinas a que siempre perteneció
por los vínculos más sagrados que el mundo conoce". Y
finaliza: "Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata
unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América,
por ser la libre y espontánea voluntad de los Pueblos que la
componen". Esto es lo que se celebra cada 25 de agosto como día
de la independencia nacional: haberse convertido en una provincia
argentina. Lo mismo que irrita cuando bromean los vecinos.
Uruguayos mirados por Borges
"Los argentinos vivimos en la haragana seguridad de ser un gran
país, un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos,
cuando no la prole de sus toros y la ferocidad alimenticia de sus
llanuras. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos
fallan, seremos la villa Chicago de este planeta y aún su panadería.
Los orientales no. De ahí su clara y heroica voluntad de
diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y
madrugadora. Si muchas veces, encima de buscadora fue encontradora,
es ruin envidiarlos. El sol, por las mañanas, suele pasar por San
Felipe de Montevideo antes que por aquí". Lo escribió Jorge
Luis Borges para un libro sobre poesía uruguaya
Mario R Masjoán.
Los hermanos estén unidos, es esa la ley primera. (José Hernández
en el “Martín Fierro”)
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