jueves, 3 de julio de 2014

EL TESORO MAS GRANDE DEL MUNDO




Mi tesoro es tan grande que supera al depositado en todos los Paraísos Fiscales del Mundo juntos, pero con una diferencia: este es legal.
Llevo 53 años amasando esa gran fortuna y desde hace ya bastante tiempo, crece sola, algo que me llena de orgullo.
Nunca saldré en ninguna revista especializada en asuntos económicos, ni en ridículas pujas por  ver quien tiene más, porque nadie tiene más que yo.
Aposté siempre sobre seguro, invertí con conocimiento, traté la cuestión con cariño y triunfé.

Mi enorme fortuna, tiene nombre: Claudia, Alejandra (que ya no está en cuerpo aunque su alma viva con nosotros), Mario, Sergio, Diego, Elizabeth, Gloria, Pablo, Laura, Carina y Alberto. Cinco hijos y seis nietos que valen más que todo el oro del mundo, Vaticano incluido.
Me divierten los estafadores que llenan de dinero negro los paraísos fiscales del mundo, porque de algo estoy seguro, se morirán igual que yo y nunca serán más felices que yo.

Cuando nació Claudia yo tenía solo 21 años, y aquello para mi, fue todo un acontecimiento sorprendente. Era padre de una preciosa niña, preciosa mujer hoy, que me hizo crecer de golpe. Dos años después, nació Alejandra y dos años más tarde Mario.
Sergio llegó siete años después y Diego a los tres años de  este.
La primera fase de mi gran fortuna se había completado y la felicidad era enorme.                  
Emigramos a España donde vivimos desde enero de 1.976 y aquí se produjo el crecimiento sostenido. Alejandra se casó con Jesús y tuvieron a Ely y a Gloria, mis dos preciosas nietas mayores. Claudia tuvo a Pablo, el primer nieto varón de la familia, Sergio tuvo a Laura y Carina, y Mario a Alberto Ariel.
Claudia fue madre soltera, Mario se casó con Maricarmen y Sergio con Claudia, dos nueras que más que nueras, son hijas mías.
Cuando murió Alejandra, Jesús se apartó de la familia y de sus hijas, por lo que evito nombrarle por una cuestión obvia, aunque no lo culpe de nada.

Recordando anécdotas de hijos y nietos que llevo desde siempre en mi memoria, aparece en primer lugar una que sucedió cuando solo teníamos a Claudia y Alejandra y  y vivíamos aún en Argentina, en una pequeña casa. El día de Reyes les hicimos preparar a las dos, un cuenco con agua y unas hierbas que depositaron en un patio interior, para que bebieran y comieran los camellos que transportaban a los Reyes Magos con los regalos. En un momento de descuido, y ya de noche, salté por una ventana que daba al patio, tiré las hierbas y el agua y deposité los regalos en su lugar. Entré nuevamente por la ventana y les dije: ¿creo que los Reyes ya han pasado, porque escuché un ruido en el patio? Salimos todos a la vez y nunca pude olvidar la cara de asombro y felicidad de esas dos preciosas niñas. Siempre llevo ese feliz estupor en mi mente.
Alejandra nadaba muy bien y con la bicicleta les ganaba a todos los niños del barrio, en los que despertaba un sentimiento de odio y admiración al mismo tiempo.

Mario tiene varias anécdotas, entre las que destacan: el artilugio que fabricó con una planchada de madera y cuatro ruedas, con dirección de cremallera, que lo hacía funcionar con una pila de 6 Voltios, dirigido desde un ordenador Spectrum que le había regalado. Fue también el mejor alumno de la escuela de electrónica, y durante unas Fallas, fabricó una auténtica bomba que partió la gruesa madera de un banco donde se sentaban los vecinos, y le asustó tanto que jamás lo volvió a hacer. Le enseñé a conducir en las antiguas calles pavimentadas del Saler playa. Íbamos los dos en un SEAT 600, cuando de pronto paré el coche y le pregunté ¿sabes como son las marchas y lo del embrague y los frenos?, me contestó que si, entonces me bajé del coche al tiempo que le decía, ponte de este lado y arreando. Salió con el coche a tirones hasta que cogió un poco de velocidad y desapareció. Cuando estaba empezando a preocuparme, veo aparecer el 600, que venía a toda pastilla, por su carril, y como si hubiera conducido toda su vida. Creo que fue la lección de conducción más corta del mundo, y la cara de felicidad aun la tengo pegada en mi mente 
Era también un buen jugador de fútbol, pero nunca le dieron una oportunidad, porque siempre que lo llevaba a alguna prueba, había un enchufado por delante de él.

Sergio, con 7 años, recogió un vencejo herido (variedad de golondrinas), lo llevó a casa, le curó el ala y lo depositó suavemente en una caja de zapatos abierta. Le daba de comer granos y migas de pan. Un día el vencejo salió volando, de la cocina pasó al comedor y volvió hasta la caja de zapatos. Así se paso día y medio hasta que Sergio, sin que nadie le alentara, decidió que había que soltarlo porque su casa natural era el cielo y no nuestra vivienda. A la mañana siguiente, abrió la ventana y lo soltó. El pájaro se mezcló con el resto que sobrevolaba el cielo y desapareció. Sergio se dio vuelta y le preguntó a su madre ¿crees que algún día volverá?, la madre le contestó no y  agregó, pero nunca se olvidará de ti. Se quedó largo tiempo mirando a las golondrinas y vencejos buscando la libertad más pura en un cielo que ese día, parecía más azul que nunca.
Cuando solo tenía tres años y medio, lo llevaba de gira conmigo a visitar médicos de pueblos cercanos, algunos aún sin pavimentar. Lo sentaba en mi falda y le hacía conducir. Un día, y en una plaza de esos pueblos donde ver pasar un automóvil aún llamaba la atención de los mayores, puse a Sergio al volante del DKW, parado en el asiento del conductor, mientras yo manejaba acelerador, freno y embrague desde el otro lado. Dio una vuelta perfecta a la plaza y, cuando entramos a visitar al médico, este con asombro me dijo; ¿yo me he vuelto loco y veo visiones, o este niño iba conduciendo el coche?, nos reímos los dos a carcajadas, pero treinta y cinco años después, aún nadie de la familia ni yo, que corrí cuatro carreras con coches de calle semi preparados, conduce como èl. Un día y con solo 7 años, escucho que me llaman desde el Colegio que hay frente a nuestra finca. Miro para todos lados y no veo a nadie. Vuelven a llamarme y esta vez, miro hacia arriba, que era de donde provenía el grito y veo a Sergio subido en la punta de un enorme eucaliptus, y a unos l5 metros del suelo. Le grité aterrorizado: baja inmediatamente y con cuidado. Bajó muerto de risa, tanto, que solo atiné preguntarle si se había vuelto loco.

A Diego le había regalado un hámster al que cuidaba con esmero. Lo llevaba en el bolsillo, le daba de comer en la boca y le había comprado una jaula con molinete. Un buen día, estando en el balcón, se le ocurrió hacer caminar al hámster por el bordillo. Yo estaba en el comedor distraído, cuando le veo salir corriendo del balcón rumbo a la puerta, con los ojos desencajados. Asustado le pregunto ¿que pasa?, y por respuesta me contesta,¨el hámster se cayó  por el balcón”. Lo cogí del brazo y le dije con calma, Diego, estamos en el 6º piso, hijo, el animalito ya no existe y agregué, se que estas triste, pero no hay nada que puedas hacer. Lo entendió, pero nunca más tuvo un hámster. Cuando Diego tenía 3 años, y sin chochera de padre, era el niño más guapo del mundo, al igual que su hermano mayor, Mario. Sergio de pequeño, parecía que iba a ser el más débil, quizás por ello le presté más atención que al resto, pero a los 4 años ya empezaba a destacar por su fortaleza, que fue creciendo a medida que pasaban los años hasta llegar a ser un joven guapísimo y experto en artes marciales, que fueron su gran pasión.

Llega ahora el tiempo de recordar anécdotas de mis nietos, que representan la culminación de mi gran fortuna, la más grande del mundo.

Con Ely y Gloria tuve menos contacto porque vivían en Sevilla, y cuando se instalaron en Valencia ya tenían 10 y 7 años cada una. No recuerdo hechos notables con ellas, no obstante, las quiero con todo mi corazón y hoy, mayores ya las dos, saben que me tienen para lo que sea. Tuvieron que sufrir la triste muerte de su madre, mi hija, y los desprecios de su padre, algo que les hace ser muy especiales para mí. Gloria vive en Italia con su pareja, y Ely aquí en Valencia, alegrándonos la vida cuando nos visita.

Entonces nace Pablo, un encanto de niño con el que mantuve una relación muy estrecha; jugábamos al fútbol en una plaza muy cerca de su casa, jugábamos a las cartas y me ganaba siempre, recorríamos la Fallas juntos y veíamos las mascletá y los castillos.
En el 2.004 estuve siete meses cuidando un precioso chalet cito en la ciudad costera de Cullera. Pablo, Laura, Carina y Alberto solían venir los fines de semana. Traían al perro de Sergio, un Alano enorme que terminaron dejándomelo para que me proteja en la soledad de las noches. Como el chalet estaba en la subida de una montaña, cuando Pablo estaba conmigo llevaba el perro a pasear hacia la parte más alta. Cuando les veía desde le patio del chalet, llamaba al Turco y este salía corriendo hacia mi y Pablo por detrás despotricando porque creía que se le escapaba. Era una situación de lo más graciosa.
Un abogado amigo mío llamado Narciso, solía venir también algún que otro fin de semana. Una de esas veces, coincidió con Sergio, Claudia, Laura y Carina.
Estaba bajando la escalera que daba al jardín de entrada donde estaba aparcado el coche de Sergio, cuando veo a Laura encima del capot del coche, miré para atrás pensando que vendría su padre a castigarla y, al ver que no era así, le grité “Laura baja del coche inmediatamente porque si te ve tu padre te la cargas”. Narciso que estaba con ellas les dijo: ¿tenía razón o no?. Estaban mudas y muertas de miedo. Le grité a Sergio que me las llevaba al pueblo y les dije, espérenme afuera. Me dirigí a Narciso y le pedí que no dijese nada, y así fue. Fuimos al pueblo, compramos unas cosas y volvimos. Las dos estaban preocupadas, pero Laura aún más. Cuando llegamos y antes de entrar le dije a Laura: “no te pasará nada porque le dije a Narciso que no abra la boca al respecto” y agregué, espero que aprendas la lección. Me contestó que si, y así fue.
Cuando Laura tenia casi siete años, le estaba enseñando lengua española, entonces, le ponía con lápiz en un cuaderno: ba, be, bi, bo, bu y luego le preguntaba, ¿b y e? y ella se hacia la que pensaba y me contestaba, bu. Empezaba de nuevo y le decía: fíjate bien: ¿b y u?, otra vez haciendo como que pensaba, y me dice bi, entonces, tiro el lápiz, levanto la voz y simulando un enfado le digo; “que mierda pasa”, y ante de que pudiera seguir, me dice; abuelito, abuelito no te enfades, coge el lápiz y señalando con él, lee :ba, be, bi, bo, y bu, y agrega, es que no tengo ganas. Desde ese día, ser metió en lo más profundo de mi corazón para siempre.

Los cumpleaños de los niños los festejábamos casi siempre en los merenderos de la playa de Pinedo. Cuando Laura tenía 8 años, fuimos todos a festejar los 11 años de Pablo y como de costumbre, Laura se subió a lo más alto de la pirámide de cuerdas, y más rápido que cualquier chico que andaba por allí. Como quien les acompañaba era yo, en un momento dado, le dije: baja ya que nos vamos, pero su respuesta fue: solo si viene Diego (su tío) y me filma con la videocámara. Voy a donde estaban todos, le digo a Diego lo que pasa, y este me contesta que no piensa ir. Su madre me dice: dile que baje y venga o se la carga. Voy nuevamente a la base de la pirámide, transmito los mensajes a Laura y obtengo la siguiente respuesta: “pues no bajo”. Viene entonces la madre y solo consigue otro “si no viene Diego y me filma, NO  BAJO”.
Yo ya empezaba a morirme de risa y más aún cuando veo llegar a Diego filmando todo, entonces, Laura baja con una endiablada velocidad y sale corriendo por la playa para que la madre no le pille. Me dirijo a ella despacio y diciéndole: Laura, vamos los dos juntos a donde están todos, le pides disculpas a tu madre y listo;  y obtengo por respuesta lo siguiente: abuelo no te preocupes, dentro de un ratito se le pasa. Atónito, solo pude pensar: “menuda nieta tengo”.
Un día, me llaman del colegio donde iba Carina y me dicen que la vaya a buscar porque se ha quedado muda. Voy preocupado, la recojo y la llevo a su casa, donde estaba su hermana Laura. Durante el camino le pregunto que le pasa y noto algo raro cuando por gestos, me dice que no puede hablar. Llego a su casa e inmediatamente Carina se va a la habitación donde estaba su hermana. Llamo entonces a Laura y le pregunto que le pasa a Carina que no puede hablar, y Laura me contesta, abuelo, habla perfectamente y seguramente montó todo este teatro porque no quería estar en el colegio. Me quedé absorto, porque yo desconfiaba un poco, pero a la maestra se la había merendado con patatas y todo, como se dice vulgarmente.

Alberto siempre fue el nieto más especial que tuve, su cociente de inteligencia era de 129 con solo 7 años (hoy seguramente habrá aumentado), algo que nunca le impidió subir a los árboles más rápido que un mono, andar en bicicleta como un loco, tener una hiperactividad incansable y ser un auténtico vago haciendo los deberes. Sus razonamientos suelen desconcertar a todo el mundo. Con solo 7 años, Alberto sufrió la pérdida de la perrita que tenían. Le dijeron que había muerto entonces, estando su abuela junto a él, le pregunto ¿Dónde está la perra ahora?, la abuela le contestó: en el cielo, y el niño, que fue criado sin ningún tipo de condicionamiento religioso, le contesto: tendrá un buen pegamento para no caerse.  La abuela se quedó sin palabras.
Con solo 6 años, sumaba tres cifras mentalmente, sin contar con los dedos como todos.
Un día, salimos los dos a pasear en bicicleta y, por el carril bici llegamos hasta La Punta donde viven unos muy buenos amigos míos, a los que considero mi familia en España. Justo antes de llegar, hay que cruzar el puente que se extiende sobre las vías del tren. Cuando volvíamos y desde lo alto del puente hasta abajo, hay una rampa para bicicletas muy pronunciada y con una curva en la mitad. Le digo a Alberto: baja con cuidado y apretando los frenos, pero se lanzó a toda velocidad y llegó a la base sin problemas. Cuando iba entonces sobre llano y algo rápido, se le ocurre frenar la bicicleta poniendo el pié en la rueda delantera, algo que le hizo pegar una voltereta en el aire y caer aparatosamente.  El susto para mi fue tremendo, pero cuando llegué a su lado, todo dolorido pero sin llorar, tal como era su padre a su edad, me dijo: solo me he lastimado un poco la pierna y una mano. Se sacudió el polvo, subió otra vez a la bici y me dijo: vamos. Ya en marcha y sonriente, comenta: soy el único hombre que ha sobrevivido a una voltereta en bicicleta. Yo me reí y le dije: donde está el hombre.

Laura se hizo mayor de golpe. Está en la adolescencia, esa que lo mejor que tiene es que dura poco, y la confianza conmigo se acrecentó. Nunca le mentí, siempre le hable en el léxico que hablan todos los de su edad, al condón le llamé condón y al acto sexual polvo, bajé a su edad, porque no hubiera sido correcto ni posible, pretender que ella subiera hasta la mía, y con todos mis nietos actué y actuaré igual.

Con Alberto existe una complicidad espontánea, como ser, estamos todos comiendo y con solo una mirada, se lo que quiere y el sabe que se lo traeré. Es mi apoyo con el ordenador, al igual que Carina, porque debo reconocer que para estos artilugios soy un verdadero burro, EL BURRO CON LA FORTUNA MÁS GRANDE DEL MUNDO.

Cuando nos juntamos: Laura, Carina, Alberto, Marta (la prima y vecina de Alberto, que desde pequeña me llama abuelo) y yo, formamos la Pandilla más original del barrio, porque a pesar de lo atípica que es, mantiene sus ancestrales normas, o sea, “nadie se chiva de nada”, ni yo, que cuando estoy con ellos desciendo hasta los 13 o 14 años y me siento muy feliz.
Pero desgraciadamente crecerán, incluso es probable que hasta yo lo haga y entonces, quedarán solo recuerdos nostálgicos de aquellos paseos en bici por la huerta, robando pequeñas matas de perejil y alguna que otra mazorca, o higos y limones; las clases clandestinas de conducción de automóviles en el viejo Skoda, el Turco correteando por la vaquería abandonada, el chalet de Cullera, las ayudas con los deberes escolares, los primeros amores y muchas cosas más que almacenarán sus memorias, para que el día de mañana alguno de ellos escriba esas vivencias, recordando a este viejo-joven componente de aquella divina Pandilla que, por causas naturales ya no podrá estar entre ellos, aunque me consuele saber, que siempre viviré en sus corazones.   

Cuando cumplí 70 años escribí el siguiente artículo:

Mis 70 años y Laura

El 8 de octubre pasado cumplí 70 años y mis cuatro hijos, con mis seis nietos me colmaron de regalos.
Soy feliz me dije, y así es, pero entre todos esos regalos encontré una carta dentro de un sobre fabricado con un folio, y celo por tres partes, que decía por fuera: Para Mario Masjoán (Abuelo), de Laura Masjoán De Cesco (Nieta), Felicitaciones (un corazón dibujado y un TK), y dentro: Abuelo, quería decirte que para mi eres una de las personas que más quiero en esta vida. Eres quien más me entiende de la familia y por eso te quiero tanto, tanto que, aunque no lo parezca sería capaz de dar mi vida por ti, porque sin ti, mi vida carecería de sentido. Todas estas palabras escritas pueden resumirse en un gran TE QUIERO. Parece poco lo que te digo en esta carta, pero si tendría que escribir todo lo que siento, creo que me pasaría 20 años escribiendo. Abuelo, no cambies nunca por favor…eres el mejor.
Terminé de leerla con los ojos llenos de felices lágrimas y el corazón en un puño. Laura tenía solo 14 años, pero eso no le impidió volcar su corazón en un escrito y, rompiendo el nudo que atenazaba mi garganta, pude gritar ESA ES MI NIETA, algo que sonó extraño en la soledad de mi cuarto.
Debo reconocer que aunque mantenga un lazo muy estrecho con mis seis nietos, Laura entró con fuerza en mi corazón desde muy pequeña, produciendo una especie de hecatombe que cambió mi vida para siempre. Ella aprendió mucho de mi, pero aún no entiende lo que yo aprendí de ella.

El año pasado cuando cumplí 69 años, mi hijo Mario de 45 años, me envió el siguiente mensaje telefónico: Feliz cumple papa, después de Alberto (su hijo) eres la persona más importante de mi vida.
Se puede valorar hoy cualquier cosa, incluso el oro y las fantásticas obras del Vaticano, pero resulta imposible valorar mi patrimonio.

¿SOY O NO SOY, QUIEN TIENE LA FORTUNA MÁS GRANDE DEL MUNDO?
(Dedicado a mis hijos y nietos)

Mario Masjoán (Hoy tengo 74 años y por fin me anime a publicar, LA FORTUNA MAS GRANDE DEL MUNDO))

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